Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre se le pasó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles.
A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero él los increpaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.
«En él solo la esperanza » © Autorización de Cristóbal Fones
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Señor, que yo sea
el primero en servir…
el primero en perdonar…
el primero en acoger.
Señor, que yo sea
el último en cruzarme de brazos ante la necesidad…
el último en juzgar y crear envidias…
el último en rechazar y cerrarme al hermano.
Dame un corazón servidor.
Que no olvide nunca que tú te inclinaste
para lavar los pies a tus amigos.
Haz de mi vida una vida de entrega y servicio…
porque, quien no vive para servir
no sirve para vivir.
(Fermín J. Negre)